Mis inicios en el mundo del yoga

Ana Traba
3 min readNov 22, 2021
“Ana, has llegado hasta aquí, ahora no te comas el suelo”

Pues aquí estoy, ¡escribiendo mi primera entrada en mucho tiempo! Esta vez sobre yoga. Y tengo que ser sincera, no sé mucho aún y cuanto más aprendo, más consciente soy de lo poco que sé. Pero creo que compartir estas reflexiones puede ser de ayuda.

Empecé hace sólo tres años yendo a clases de yoga después de trabajar, al principio un día a la semana: los lunes, para empezar muy zen y compensar el choque sofá-oficina. Empecé sólo por curiosidad y buscando nuevos deportes que incorporar a mi vida. Eso es lo que mas me sorprende ahora mismo cuando vuelvo a mirar atrás: lo veía como un deporte. Pero así era, llegaba a la clase y antes de empezar ponía mi apple watch a contar calorías. Lo paraba al llegar a la parte de meditación porque claro, eso ya no contaba.

Poco a poco me fue sobrando el reloj, fui perdiendo interés en las calorías (no en el deporte, eso no) y empezaba a ser algo que necesitaba los lunes sí o sí, mi ritual para empezar la semana.

Ese era mi espacio, mi momento de dejar el móvil, desaparecer del mundo y dedicarme esa horita y media para mí. Cada vez me gustaban más esos últimos minutos de la clase, de meditación, de relajación final, para “integrar la práctica”, como decía mi profesora. Era una de tantas expresiones que al principio no tenían ningún sentido, pero lo fueron tomando con el tiempo y la práctica. Yo no sabía qué integraba o qué dejaba de integrar, pero lo que sí sabía es que cada vez ese momento era más importante, la paz mental que conseguía en esos momentos empezó a atraparme poquito a poco.

Si habéis practicado yoga, o probado alguna clase alguna vez, me comprenderéis cuando digo lo importante que es hacer click con el profesor. Para mí fue una suerte dar con mi profe, Yulia. Creo que en ese momento de mi vida sólo ella podía hacer que me enamorara del yoga. Por entonces era incapaz de pensar en ponerme a meditar, mucho menos pasar un minuto en la misma postura extraña. Sin embargo, disfrutaba un montón de cada segundo de sus clases desde el primer momento. Hasta que decidió irse a dar la vuelta al mundo y tuve que buscar otro profesor (ya le vale…)

Fui probando en distintos centros y encontré profes que me gustaron mucho, pero no conseguí ser constante y terminé dejándolo un poco aparcado. Si algo bueno trajo el coronavirus fue darme el tiempo y la necesidad de volver a esa paz mental que solo me daba el yoga. Así fue como empecé a hacer clases online hasta dos veces al día. Fui probando con profes y estilos nuevos para mí y empecé a interesarme cada vez más. ¡Hasta volví a dar clases con Yulia! porque ahora la distancia no era un problema.

Las clases online no son lo mismo, por supuesto que no. De hecho rara vez he conseguido desconectar al mismo nivel que en una shala de yoga (posiblemente porque ahora también es mi oficina). Pero de alguna manera eso también ha hecho que haga más mía mi práctica. Nadie me espera los lunes a las 19:00, no estoy “obligada” a aparecer en ningún sitio. Todos los días depende de mí buscar esa paz mental y trasladarla a mi vida fuera de la esterilla.

El gusanillo del yoga me fue picando hasta el punto de decidir formarme como instructora de yoga. Por un lado lo hago porque necesito saber más acerca de todas las áreas que tienen relación con la práctica de yoga. Para mí ha resultado ser la manera de explorar el mundo, pero de eso ya hablaré más adelante. Por otro lado, quiero empezar a dar alguna clase, porque a mí esta práctica diaria me ha aportado mucho, ayudar a los demás a encontrar lo mismo tiene que ser algo maravilloso.

Así es como he llegado donde estoy ahora. Espero poder compartir cositas que os resulten interesantes. ¡Muchas gracias por leerme!

--

--

Ana Traba

Diseño, dibujo, cuido de mis plantas, bebo cantidades ingentes de té y practico yoga, mucho yoga.